El Pichkachiy o Pichka, se realiza cuando muere alguna persona, los deudos suponen que el alma del muerto no se ha marchado definitivamente: ha ido y ha vuelto; está entre ellos y puede darse cuenta de cuánto hacen y dicen los suyos. En conformidad con esta creencia, trascurridos tres días de aquel en que tuvo lugar el fallecimiento, se lleva a cabo la ceremonia del Pichkachiy, anunciado a los lugareños por la presencia, a las puertas de la casa en que la ceremonia tiene lugar, de un farol o de una lumbre cualquiera. Sobre una mesa se colocan algunas prendas de vestir del difunto, simulando el cuerpo de éste y rodeándolo de cirios y velas como si el cadáver se hallara presente. Así lo velan los amigos y los parientes: unos chacchan (mastican) la tan estimada hoja de coca; otros fuman y todos beben. Todos hacen el elogio de las virtudes del difunto, convencidos como están de que el difunto les oye y necesita escuchar tales halagos para estar alegre y satisfecho.
Algunas veces arrojan ceniza, harinas de maíz o de quinua, cerca de la mesa y en la habitación en que tuvo lugar el fallecimiento, con el objeto de encontrar en dicha ceniza las huellas del paso del difunto. Si el examen de estas huellas les indica que el muerto ha venido efectivamente, entonces se apresuran a preparar mucha y muy abundante comida y no escasa chicha, todo ello en agasajo del muerto.
En algunos de los lugares en que esta ceremonia del Pichkachiy es observada, el día quinto se lleva la ropa del muerto a un río o a una fuente en cuyas aguas es lavada para así servir a la familia del muerto.
En otros lados, llegado el quinto día de la muerte, abandonan todos sus casas y cantando el yupaccuy, canto fúnebre, acompañado por el tañer de una flauta, recorren pesadamente el camino hasta el ojo de agua, donde las mujeres lavan toda la ropa y objetos que pertenecieron al desaparecido. Junto a las lavanderas, los varones se están inmóviles y una música, acompaña al monótono canto donde repiten los hechos más significantes en que intervino el muerto , pues el difunto así no quedará desnudo y ha de volver dejando rastro en la puerta de la casa para avisarnos que llegó y está bien o ha de venir a llorar todas las tardes si no se le hace su quinto.
En otros lugares transcurridos cinco días después del entierro van los parientes y amigos a la lava, a un río o acequia vecina, y allí queman la ropa inútil, lavándose la que estando en buen estado puede ser útil a los deudos.
En la víspera del día del primer aniversario anual de la muero se reúnen los parientes y amigos, vuelven a velar otra vez la ropa del difunto; y el día del aniversario hacen celebrar la misa llamada de cabo de año; terminada la cual regresan a la casa del difunto, visten de colorado y adornan con flores á los deudos y en seguida, tomándose todos de la mano y formando un círculo, comienzan a bailar al son del arpa o del violín, organizándose una fiesta que se llama quita luto, fiesta que dura dos y hasta tres días.
También se tiene la precaución de bordear con espinos o plantas espinosas el lecho o mesa donde depositan el cadáver, con el fin de que ésta no se lleve en seguida a alguno de su familia.
En la cultura aymara la primera noche del velorio, terminada la comida y cuando ya nadie debe salir fuera, ni pasar por la puerta, esparcen ceniza en el suelo, a la entrada de la habitación mortuoria y continúan los veladores con la vigilancia del cadáver, compungidos, cuchicheándose y consumiendo siempre tazas de agua caliente alcoholizada. Al día siguiente del velorio y antes de que ninguna persona transite, examinan la ceniza colocada la noche anterior, para observar las huellas de las pisadas que pudieran encontrarse; la edad y el sexo a que pertenecen, y, por ellas, predicen quiénes morirán tras del finado.
La víspera del octavo día, los parientes, compadres y amigos, van al río a lavar la ropa y camas del difunto. De regreso y en la noche, se reúnen a velar en la habitación en la que falleció aquél. A la media noche, salen a las afueras del pueblo, regularmente al paraje por donde corre algún riachuelo, que por este motivo suele llamarse ijmaj ahuira o sea río de la viuda. En este sitio cambian el vestido de la viuda o viudo, la entregan al oreo del viento y azotan su cuerpo con ramas de ortiga, para que las aflicciones huyan con el castigo: mastica cada uno tres hojas de coca, lo que llaman qqihinto; beben aguardiente y chicha, que llevan en pequeños cantaritos, arrojándolos lejos cuando ya están vacíos.
Después los hombres se ponen los ponchos al revés, y las mujeres hacen lo mismo con sus sayas, y apoderándose dos jóvenes solteros del viudo, o dos solteras, si es viuda, parten a la carrera, sin mirar atrás, seguidos de los presentes. En la puerta de la casa arde una fogata por encima de la cual deben saltar para introducirse a su interior. Este acto tiene por objeto quemar las desgracias que pudieran haberse prendido en los vestidos. En la habitación invita el doliente, asado, con panecillos de harina de quinua, conocidos con el nombre de aquispiña, y chuño cocido. Traen la sartén con manteca tibia para que cada concurrente se pase con ella la palma de la mano, a fin de que las penas sean ahuyentadas. Permanecen hasta el amanecer, teniendo los compadres la obligación de doblar las campanas en la noche.
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